Focas en la niebla

No hay muchos lugares en nuestro entorno donde disfrutar de una cercanía amistosa con grandes animales, ya que nuestra fauna es por lo general bastante esquiva. Sin embargo, en latitudes más septentrionales algunas especies se dejan acercar mucho en ciertos momentos. Entre estos animales los de naturaleza más agradecida son las focas. Dos especies son las habituales en el norte del Atlántico: la foca común (Phoca vitulina) y la gris (Halichoerus grypus).

La foca gris es un mamífero marino de un montón de kilos, cuyas hembras son moteadas, los machos oscuros y todos tienen una nariz característicamente romana. Aunque se pasan la mayor parte de su vida en mar abierto, en algunas épocas del año se acercan a la costa para sus asuntos de familia. El momento en que esto sucede es variable según la latitud: las focas de Shetland pueden hacerlo ya en Septiembre, pero más al sur llegan a la playa a finales de otoño y principio del invierno. Es el caso de la Donna Nook National Nature Reserve (DNNR), en Lincolnshire (Reino Unido) que es uno de los puntos más visitados entre Noviembre y Enero por los fotógrafos de naturaleza.

Ésta es una colonia relativamente reciente, establecida anualmente desde finales de los años 70. Ocupa un banco de arena a cierta distancia de la costa, sólo accesible desde tierra durante la bajamar. Básicamente ha prosperado por existir entre ese banco y la tierra firme un campo de tiro de la aviación militar. De una forma bastante británica la RAF realiza bombardeos de prácticas de lunes a viernes, cuando llega el fin de semana retira los casquillos, y la reserva se abre para el acceso libre del público. Esporádicamente -y también de forma británica- los militares recolocan durante las prácticas alguna que otra foca que se mete en mala situación, para evitarle ser pulverizada. Por cierto que probablemente este sea uno de los campos de entrenamiento para las misiones en Irak, donde no se bombardean focas. Los animales no parecen inmutarse ni por los bombazos, ni por los turistas del weekend; si bien es cierto que éstos últimos se quedan en el césped de la orilla, donde hay un buen número de estos Pinnípedos, que se pueden observar sin tener que emprender la penosa caminata hasta el banco de arena. Otro tema serían los fotógrafos, cuyo número creciente en los últimos años y la falta de respeto demostrado por alguno de ellos están representando un problema que puede implicar el cierre del acceso.

El respeto y el conocimiento de los sujetos fotografiados son las mejores credenciales del fotógrafo de naturaleza. Conviene documentarse bien sobre las escenas que vamos a encontrar en la colonia de cría. De hecho, vamos a presenciar la mayor parte de su vida sexual, ya que las madres han ido a tierra para dar a luz. Se han reagrupado en torno a los machos formando harenes (no pregunten quién decide), alumbrando a sus crías y amamantándolas de forma acelerada, puesto que hay poco tiempo y tienen que crecer muy rápido. Para este fin, la leche de foca es tan rica en grasa que es de consistencia pastosa. Cuando al cabo de unas tres semanas las crías cambian su adorable pelaje blanco (que no es impermeable) por su primer traje de natación grisáceo, ya estarán en condiciones de emanciparse. A partir de ese momento los machos vuelven a fecundar a las hembras y es cuando se observan las peleas más espectaculares entre ellos. Algo después, todos desaparecen otra vez en el mar, y a mediados de Enero ya no hay nadie.

Para nuestro viaje fotográfico al lugar utilizaremos un fin de semana extendido, aterrizando un viernes por la tarde en alguno de los aeropuertos del norte de Londres. La ciudad donde nos hemos de alojar es Louth, la más cercana a la reserva y a un centenar de millas o así desde el aeropuerto. Varios aeropuertos secundarios están disponibles y elegiremos los vuelos para minimizar la distancia a recorrer por carretera, lo cual puede ser interesante para el viaje de vuelta por si el lunes por la mañana los horarios son algo justos. Así, disfrutaremos de dos días enteros para fotografiar nuestras amigas las focas.

O eso creemos, porque nos encontraremos que el tiempo aprovechable será en realidad menor. Dada la época en que estamos, la luz desaparecerá muy pronto y cerca de las cuatro de la tarde será inútil seguir trabajando. Esto se suma a las mareas, que pueden expulsarnos mucho antes. Y si la climatología está en plena forma de dureza, puede constituir una absoluta pesadilla y forzarnos a abandonar prematuramente.

Las condiciones ambientales que sufriremos en el banco de arena no son tan duras como las del Ártico, pero en conjunto son muy complicadas. A unas temperaturas que no se alejan mucho de los cero grados se le suman vientos frecuentes y fuertes, que arrastran mucha arena, y levantan el agua de un mar siempre embravecido. Cuando deja de soplar, llegan lluvias intensas y fuertes granizadas, cuando no la nieve. La sensación de indefensión que uno sufre en estas condiciones es muy penosa, y más pensando en lo lejano de cualquier tipo de refugio. La parte positiva es que todo cambia muy rápido: en cualquier momento puede aparecer el sol y gozaremos entonces de una magnífica luz dorada que modela a la perfección el pelaje de los animales y la textura de la arena. Pero tanto si nos es dada esta bendición como si se nos condena al infierno atmosférico, no habrá tiempo para dudas técnicas. Mejor revisamos el equipo, decidimos de antemano qué material vamos a utilizar y cómo lo haremos.

Las condiciones son también extremas para el material digital, por lo que todo debe ir recubierto de plástico. Dan buenos resultados las bolsas fuertes de basura o de bricolaje, atadas a los parasoles con cintas aislantes, y los filtros frontales para protección. Resultan interesantes los zooms en esta situación, por supuesto, porque no podremos cambiar de ópticas a menos que amaine el viento; nuestro sensor no nos lo perdonaría. Las cámaras de alto de la gama aportan una impermeabilización que aquí se va a agradecer mucho. En dos ocasiones nuestra Nikon D2X resultó alcanzada de lleno por el oleaje del mar sin la menor consecuencia para la cámara.

Las personas se prepararán con doble o triple capa de vestimenta para solventar el problema térmico, la protección contra el viento, la impermeabilización y las proyecciones de arena. Pero esto es muy personal: un buen día llegamos al banco de arena a las 8 de la mañana para encontrarnos allí… una sonrosada señorita británica equipada con tacones altos y tejanos, empapada, impertérrita y con aspecto de llevar allí varias horas.

Llegamos a Donna Nook después de un corto trayecto en coche desde Louth que nos dejará en el aparcamiento de la reserva, donde nos enfundaremos con toda la ropa que faltaba por colocar. Este famoso aparcamiento es nuestro punto de partida a pie. Hay allí un chiringuito móvil donde una pareja mayor vende pescado con patatas fritas y caldos. También vemos unos carteles algo inquietantes que nos piden que no entremos a la planicie de lodo si hay bandera roja, so pena de ser bombardeados. Otros letreros informan de que los bebés focas serán adorables, pero que tienen dientes y los utilizan. Unos guardias cercanos dan información sobre las mareas, recogen avisos, vigilan con prismáticos a los fotógrafos del banco, y procuran que todo vaya bien. En general, al tratarse de un campo de focas y no de un campo de fútbol, el civismo imperante es muy elevado y nadie molesta a nadie.

La caminata desde el aparcamiento hasta el banco se realiza por una llanura de fango y limo, que exige calzado impermeable. Es un trayecto incómodo de unos dos kilómetros que tomará sobre unos tres cuartos de hora. Se llegará al banco de arena utilizando las referencias de tiro de los aviones, unas curiosas estructuras blancas que luego serán una pesadilla para las fotos, porque aparecen en todos los horizontes que no habían resultado torcidos por la emoción.

Empezaremos a oír las focas conforme nos acercamos a la barra de arena, que se eleva un par de metros como mucho sobre el nivel del fango y del mar. Disminuiremos el paso y en el umbral del mundo de las focas, quizá nos detengamos sin darnos cuenta. Es uno de esos momentos que no se olvidan: los bramidos roncos de los animales vienen de todas direcciones, el ambiente es de otro mundo y la atmósfera neblinosa imprime una sensación fantasmagórica muy acusada. Llegados al banco, deambularemos entre centenares de focas más o menos impertérritas, dispuestas en la arena como para una exposición. Las podremos ver a escasos metros amamantando sus cachorros, apareándose entre las olas, jugando con los bebés y peleándose los machos.

¿Qué más podemos decir? A partir de ese momento dispararemos nuestras cámaras, con descanso o sin él según nuestro temperamento. Hay que tener unas precauciones básicas obvias con los animales, tan cercanos que los podríamos llegar a tocar. Pero las focas funcionan a base de territorios y distancias, tanto entre ellas como con los intrusos. Las madres con sus crías no se van a mover a menos que cometamos el error imperdonable de acercarnos demasiado, pero el riesgo viene de los machos cuya función es precisamente la vigilancia. Son animales sorprendentemente rápidos sobre la arena cuando están enfadados, y no sólo nos pueden morder sino también arrollar. Los más potentes miden casi tres metros y pesan cerca de 300 kilogramos. O sea que ojo a la retaguardia, especialmente si se oyen ladridos de aviso, porque podrían ser para nosotros. Por lo demás, ninguna imagen compensaría haber perturbado una familia, especialmente habiendo tantas para escoger.

Con tantas emociones las horas se nos pasarán volando, la marea subirá, el sol bajará y habrá que volver. La caminata por el fango será esta vez más cansina y menos impaciente, porque conforme baja la adrenalina sentiremos una gran relajación, y una sensación de maravillada gratitud por lo que vivimos.

Llegados al parking y de vuelta al alojamiento, la ducha tibia será una de las más gratificantes en mucho tiempo. Y poco después, entre los amigos al final del día, los pubs de Louth ayudarán con sus alimentos y bebidas vigorizantes, a restaurar las fuerzas que perdimos viajando a pie al mágico mundo de las focas.


Ringlights Entornando el ojo óptico